¿Qué será de ti?







¿Qué será de ti?
Por: Sonia.

10 años, ahora puedo decirlos muy fácil, pero en su momento me causaron profundo dolor y desesperación. 10 años en los que mi única pregunta constante era ¿qué será de ti?

Mi vida cambió. Para empezar me casé, con un hombre… sí, sé que era una completa incoherencia ya que el amor de mi vida eras tú, una mujer. Tanto mi esposo como yo decidimos no tener hijos, bueno, creo que eso lo decidimos al saber que yo no podía, pero aún así procurábamos ser felices, él era una gran socio, amigo, confidente. Aunque yo no lo amaba, nunca lo haría.

En lo profesional me iba bien, terminé mi carrera y me metí a trabajar en un despacho contable, ahí conocí a mi esposo actual, la verdad me gustó su perseverancia y la manera en la que me trataba. No creas, no cedí a la primera. Tardó mucho para que decidiera estar con él, pasaban los años y yo no dejaba de pensar en ti, de llorarte, de añorarte, me preguntaba el motivo de tu partida, de tu aparente desaparición, era como si la tierra te hubiera tragado. Él y yo pusimos una cadena de restaurantes y yo me encargaba de la administración.

En fin, duramos como 4 años de noviazgo, bueno, saliendo. Yo seguía frecuentando algunas mujeres y bares de ambiente, pero él siempre ahí estaba. Y me casé, así… sin pensarlo, lo triste es que él siempre supo de ti aunque nunca le dije que eras una chica, una hermosa chica llamada Cristina.

Cristina, tan sólo recordar tu nombre me pone a temblar, me recuerdan los momentos dulces que pasamos y todo aquello por lo que vivimos, fueron muchos años, casi 10.

Y diez años después, mi vida había cambiado: ahora estaba casada, me dedicaba al trabajo, me hacía responsable de mi vida y dejé de ser autodestructiva, retomé tus viejos hábitos de higiene, de vida y esas ganas de vivir que llegaron justo cuando te fuiste ¿para qué? Para aferrarme a ti, para tenerte por siempre en mí.
Muchas cosas se quedaron vacías cuando te fuiste, sin sentido, sin lugar.

Esa tarde sólo paseaba como si nada, quería llegar tarde a casa, era mi cumpleaños 40, ¿te acuerdas lo que dijimos de esa edad? Que tú y yo… estaríamos juntas, casadas, desnudas en la cama, ¿recuerdas lo mucho que odio mi cumpleaños? Así es, sólo tú conocías mi apatía pero sabías compensarla.

Caminaba y miraba a través de los aparadores del Centro, esa zona en particular me recordaba a ti, era una zona de galerías, de artistas. A veces creía verte entre la multitud y mis ojos desesperados lloraban al no encontrarte. Esa tarde fue diferente, mis ojos se posaron en una mirada familiar, me paralicé y noté… que… eras tú. No recuerdo más, me desvanecí en medio de la calle y reaccioné mucho después, estaba recostada y tú me mirabas.
-       ¿Eres tú? – dije mientras acariciaba tu cara, las lágrimas me inundaban y supe que eras tú…

-       Hola, Amanda- dijiste y sonreí… seguía llorando.

-       ¿Tú? ¿Después de tanto…?

-       Feliz cumpleaños- dijiste.

-       ¿No eres una alucinación? Todo este tiempo… te daba por muerta- susurré aún llorando.

-       A veces me gustaría estarlo- dijiste y te hiciste para atrás… estabas en una silla de ruedas.

-       ¿Qué pasó, Cristina?

En ese momento entró mi esposo, le habías avisado sobre mi desvanecimiento y llegó angustiado, me besó y preguntó si estaba bien.

-       Sí, lo que pasa es que no comí bien hoy- mentí.

-       Si ella no me hubiera llamado, quien sabe donde estarías- dijo mi esposo- ¿Se conocen?

-       Somos viejas amigas- dijiste mientras salías a la sala, nos ofreciste café pero lo rechazamos, mi esposo insistió en ir a uno de los restaurantes a festejar mi cumpleaños.

-       Gracias, Cristina, no dudes acudir cuando quieras a nuestro local- dijo mi esposo sonriendo y… salimos.

La verdad no me creía nada de lo que había pasado: tú... ¡Tú estabas viva! No podías caminar. Reaccioné un poco y le pedí a mi esposo que me pasara tu número, así lo hizo… La verdad es que no te dejaría ir de nuevo.

Esa noche la pasé como en un limbo, no ponía atención de la fiesta sorpresa que mi esposo me había preparado, no recuerdo nada, no sentía nada más que un profundo alivio de volver a verte, creo que mi esposo ni se percató que estuve muy fría aún cuando hicimos el amor. Yo no estaba con él, me había quedado contigo.

Te llamé dos días después, te invité a salir y quedamos de vernos en la vieja cafetería donde gastábamos muchas de nuestras tardes, llegué tarde, como siempre.

-       No cambias, ¿sigues haciendo esperar a la gente?- preguntaste, yo sólo sonreí… besé tu mejilla y me senté.

Ordenamos y comencé a preguntarte sobre tu vida, habías dejado de pintar desde hace años y te dedicabas a las computadoras, hacer redes, mantenimientos y todas esas cosas que nunca te gustaron.

-       ¿Por qué no seguiste pintando?-

-       Porque un día me encontré con que mi inspiración se había esfumado, todo había terminado, tiempo después tuve el accidente y decidí dejar todo esa porquería del arte- respondiste algo amargada, bebiste del vodka que ordenaste.

-       Pensé que no bebías- dije.

-       Y pensé que habías dejado de fumar- respondiste algo sarcástica.

-       Mi vida cambió.-

-       Ahora lo veo, hasta un esposo tienes… ¡Felicidades! ¿De casualidad sabe lo mucho que te gustan las mujeres?

-       Tonta- dije riendo. Extrañaba tu humor, pero ahora te notabas más amarga que antes, sin duda ambas habíamos cambiado.

Ese día te regresé a tu casa, te ayudé a subir y me acerqué a despedirme… me besaste.

-  Jamás olvidé tus labios, Amanda… tus besos.

Salí de tu casa, regresé a la mía completamente confundida pero feliz. Estabas de nuevo, ambas éramos diferentes… ¿y si todo funcionaba ahora?

No dejé que te fueras esta vez, te contraté para que instalaras la red de los restaurantes. Obviamente nos veíamos a diario, comíamos juntas, platicábamos, reíamos y recordábamos viejos tiempos, a veces, nos besábamos en la cocina.

Una cosa llevó a la otra, una de esas noches en la que te dejé en tu casa, te recosté en tu cama, comenzamos a besarnos y… volví a sentirme tuya; ahora las cosas eran diferentes, no podías mover las piernas pero… revivió algo dentro de mí, una pasión que escondí por mucho tiempo, unas ganas de sentirme una verdadera mujer a tu lado, necesitaba de tu calor, de tus besos, de tus caricias… de ti.

-Cristina- eran mis susurros entre gemidos, aquellos que provocabas.
El amanecer nos descubrió aún desnudas, sonreía al mirarte de nuevo, creí que era un sueño, algo hermoso del que no quería despertar.
-  No sabes cuánto imaginé este momento- te dije y volviste a besarme.

Esa noche volvió a cambiarlo todo, éramos amantes esporádicas, pasionales, prohibidas. Pero a mí ya no me basta eso, ahora quería quedarme contigo para siempre… un para siempre más real y sincero.

-  Te… amo- dije titubeando una de esas noches.
-  Yo también- respondiste entre besos- Volvamos a estar juntas.
-  ¿Y mi esposo?
-  Déjalo… huyamos.

Y decidí hacerlo, pasó una semana y me fui de casa. No tuve valor de afrontar a mi esposo, sólo le dejé una nota. Comenzamos a vivir juntas en tu casa, encontré un trabajo modesto pero solventar los gastos y obtuve una nueva vida a tu lado.

Recuerdo los primeros meses, recuerdo que eran como antes… me sentía igual de enamorada, igual de amada, igual de feliz.

Amanecer contigo, dormir a tu lado, pasar los fines de semana a tu lado.

Pero, poco a poco todo se fue desbaratando, descubrí que eras alguien diferente, que tenías problemas fuertes con el alcohol y tu carácter era aún más fuerte, más agresivo.

Pasaron otros meses, casi un año, creí que todo cambiaría conforme nos fuéramos acoplando, pero no fue así, cada vez más intenso todo, más dramático.

Recuerdo esos últimos días, eran los viejos problemas de antes. Recuerdo tus reproches, tus gritos, la manera en como rompías todo, en cómo me culpabas de tu desdicha… justo como antes, justo como lo fue siempre.

Pero esa noche todo cambió de nuevo… después de poco más de un año juntas, de otra pelea nocturna que ya ni recordaba el origen, esta vez me golpeaste de verdad.

-  Nunca… lo habías hecho, Cristina.
-  Estoy harta de ti- gritaste.

Acaricié mi mejilla roja, tomé las cosas importantes y salí de ahí, te escuchaba gritar mi nombre, me exigías que volviera.

Salí llorando de ahí, la lluvia afuera era fuerte, caminé sin rumbo por las calles, la mejilla dolía pero no tanto como la cruel enseñanza que me dejó ese capítulo de mi vida.

Regresé a mi vieja casa, le pedí perdón a mi esposo, me abrazó y… le pedí el divorcio.

Justo entonces supe que los recuerdos hermosos son uno de los grandes tesoros que tenemos, aquellos recuerdos me llevaban a preguntarme sobre lo que era de tu vida… pero, el mejor lugar para dejar los recuerdos era el pasado, donde se supone debían estar.

Miro a través de la ventanilla, quiero dejar todo mi pasado atrás, quiero vivir de nuevo. Es cierto que te amé con desesperación, que el tiempo que vivimos antes era hermoso; pero ya no pudimos hacer más, ese era nuestro tiempo, nuestra realidad… ¿para qué desgastar más ese recuerdo?

Así fue como dejé de vivir en el pasado… de preguntarme ¿qué será de ti?

Comentarios

  1. Wow, no exactamente pero muy a quemarropa me dejaste un sentimiento vivo. Ahora que somos 2 historias que por azares del destino tienen algo en común y aun así muchas cosas desconocidas, te gustaría coincidir conmigo en una historia que aún no se escribe??

    Your T Match!

    ResponderBorrar
  2. Anónimo15.6.17

    Es la primera historia tuya que leo. Creo que eres muy buena escribiendo. Felicidades! Atte. Tu próximo T macth!

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

¡Hola!
¿Te gustó la historia? Me encantaría saber tu opinión :D

Entradas más populares de este blog

Sumisa

Regla de tres.

Tes yeux